Evocación de María Emilia Azar Suárez de Hurtado

COLECCIÓN SADE
Doctor Jorge Félix Chayep
El silencio de la tibia noche de fines de primavera tenía voz y lenguaje propios en aquel paraje rural: El agua saltarina entre las piedras de la acequia; el silbido del viento estrechándose en la quebrada; las ramas y las hojas en su rozar eterno; el batir de alas de aves e insectos noctámbulos; el croar de las ranas; la llamada de algún animal desvelado en celo, hermanados en acordes con perfecta armonía, formaban parte del misterio de la oscuridad, a veces profanado por la luz de una luciérnaga.

La joven maestra de poco más de veinte años, en el humilde cuarto anexo a la escuelita que le servía de morada, vestida con un camisón de lino blanco que cosió su madre y le cubría hasta los pies, con su cabellera suelta, naturalmente rizada y bien cepillada, que resaltaba sus rasgos semíticos. Sentada en la única silla de un añoso algarrobo, tallada a golpes de hacha y con asiento de tientos trenzados, envuelta en el perfume de lirios y jazmines,escribe versos en un cuaderno de tapas blandas con una pluma preñada de amor, que sistemáticamente moja en el tintero, solo iluminada por la lumbre de una candela, oscilante al ritmo del viento que se filtra por la numerosas hendijas de la precaria puerta. El rasgueo del acero sobre el rústico papel es música para sus oídos.

Escribe sobre las cosas cotidianas que la rodean, sus montañas, su río, sus árboles y frutos, sus flores, su entorno, su familia, sus alumnos; sobre el alma de los hombres y mujeres de su tierra, con efímeras alegrías y sueños siempre postergados. Lo hace con sencillez, pero con un lenguaje exquisito. Como Neruda que, en sus “Odas Elementales”, dedica una magnífica poesía a la cebolla, escribe sobre las cosas simples de la vida. Pero y por sobre todo, escribe sobre el amor, porque está henchida de amor; todo su ser desborda amor, que desagota en su poesía.

Definitivamente, el amor es el alfa y el omega de toda su lírica, en su larga y productiva vida de poeta. El amor en todas sus manifestaciones: Amor por su pueblo, por su tierra, por sus padres, por sus hijos, por sus alumnos; y también el amor de pareja, conyugal, a veces cargado de fino erotismo. Escribe lo que siente, derrumbando prejuicios y tabúes ancestrales. Es una adelantada para su tiempo:

…Ayer me dijiste que irías al campo/Quizá me recuerdas/ mirando las ramas cargadas./ Si quisieras traerme mistoles, chañares,/frutitas de tala,/algarrobas jugosas y curvas/como si fueran trazos de cinturas./Como hoy ha llovido/mi canasto tiene/toda la frescura de frutera agreste./Hundiendo gozosa/los pies en el barro/lo llevo colgado del brazo./Y yo misma me siento una fruta./Una fruta que espera tu diente y tus labios.(De “Amor frutal”)

Su obra ha sido ponderada por la crítica desde sus comienzos.

De ella dijo en su momento el gran escritor y poeta Luis Franco: “Una de las más claras poetisas que tiene nuestro país o los otros de la lengua”. Emilia lamentó su muerte en versos:

Acostumbrado a galopar en potro/ te habrá sido difícil cabalgar en una estrella…(De “A Luis Franco, poeta”).

El profesor y lingüista Federico Emiliano Pais, en ocasión de distinguirla la Dirección General de Cultura con Medalla de Oro por su labor poética y la importancia de su figura en las letras catamarqueñas, en el año 1969, expresó: “Por su estilo depurado y sostenido a través de un largo quehacer poético, y de expresión basada en un lenguaje sencillo y transparente, el más apropiado para desnudar la ternura, la vibración más honda, la delicadeza y la estremecida emoción de una fina sensibilidad inconfundiblemente femenina y en especial de la mujer del noroeste”.

Ha recibido numerosos premios y distinciones en su dilatada trayectoria, que sería irrelevante enumerar en esta breve semblanza, pero vale destacar que a sus ochenta y cinco años obtiene el primer premio en el Concurso Nacional e Internacional convocado para crear el Himno del Poncho Catamarqueño, por la letra poética, correspondiendo igual distinción por la música a su hijo Alberto Suárez Azar.

Por su refinado estilo, sensibilidad y producción literaria ha sido comparada y puesta a la altura de las grandes poetisas latinoamericanas Alfonsina Storni, Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou. Personalmente creo que las comparaciones son poco felices, ya que cada individuo tiene su propia trascendencia y lo que más importa es como llega y conmueve su arte a quienes lo reciben y disfrutan de él. Y estos beneficiarios receptores del generoso legado del artista serán los que lo coloquen en el podio en el lugar que crean les corresponde.

No pretendo en este breve trabajo analizar literariamente su obra, ya que no poseo formación académica que me habilite a ello. No me corresponde hablar de sus recursos poéticos, metáforas, comparaciones, antítesis, personificaciones, hipérboles, sinestesias, aliteraciones, anáforas, oxímoron, pleonasmos, sinécdoques, etc.

Simplemente deseo recordarla con el corazón, más que con el intelecto y, esencialmente, rememorar su maravillosa poesía.

María Emilia Azar nació en Villa Dolores, Valle Viejo, el 15 de noviembre de 1918, una de los siete hijos (seis mujeres y el menor varón), del matrimonio constituido por don Daniel Azar y doña Marta Seleme, ambos inmigrantes libaneses. Don Daniel era hermano de doña Mercedes Azar de Chayep, mi abuela paterna, que con su familia vivía casi al frente de la casa de su hermano y tuvo cuatro hijos, el mayor mi padre, que nació unos seis meses después que María Emilia. O sea que mi padre y María Emilia eran primos hermanos, casi de la misma edad y se criaron prácticamente juntos, por lo que eran muy cercanos. Mi padre siempre recordaba que todos los primos jugaban en los umbríos callejones de la villa, pero María Emilia siempre era más retraída y se apartaba a leer, o intentaba, en juegos, fabricar algún dulce con frutos silvestres en envases descartados de latón.

La tía Emilia, como la llamé siempre cariñosamente, me supo contar que cuando era niña, su padre compraba los diarios nacionales de la época, que luego de leerlos utilizaba para envolver las mercaderías en su pequeña tienda y ella separaba los suplementos literarios, muy ricos entonces y después de absorberlos recortaba los poemas que pegaba en las hojas de un cuaderno, junto con pétalos de flores y hojas bonitas. Así comenzó a escribir muy joven, casi naturalmente, y a los trece o catorce años publicó sus trabajos primero en el periódico local y luego en medios nacionales, ya con muy buena acogida de la crítica.

Padre -Yo recuerdo la tienda/ con las piezas de género:/ un mostrador, una tijera, un metro…/ y mi madre cosiendo./ De esos diarios viejos/ para envolver paquetes/ yo recortaba versos./ Ellos fueron mis primeros maestros./ yo jugaba con ellos/como a vestir muñecas./ Padre –Entonces no sabía/ que esos metros de lienzo/ eran pan y eran libros…(De “Mi padre”)

Rememoro su amplia casa paterna, cuando mi padre, siendo yo niño, me llevaba a visitar al abuelo Daniel que, cuando no estaba atendiendo su tienda, siempre lo encontrábamos cultivando su finca, con el canal al fondo y cuidando su primorosa viña, de la que pendían enredadas unas deliciosas calabazas. Promediando la primavera íbamos a buscar las primeras hojas tiernas para cocinar los tradicionales niños envueltos. Este simple hecho doméstico inspiró en María Emilia un sentido poema:

No son solamente las palabras./ También los sabores cavan el alma./ Ellos eran mis padres:/ Don Daniel y Doña Marta./ Con esas manos sabias/ arrugaditas y manchadas/ mi madre se aprestaba./ -Doña Marta ya hay hojas de viña./ Era la voz de mi padre/ que despertaba la cocina./ Y los niños envueltos/ en círculos perfectos/ rellenaban la olla enlozada/ mientras cantaban en árabe…./ …Y el olor agridulce/ invadía la mañana/ anticipando el manjar de primavera…/…Y sonaba a laúd/el ruido de la cocina a leña…/…-No se olvide del limón Doña Marta./ Le llamaba Doña para aumentar/ su jerarquía./ la amaba mezclándola a su viña…(De “Los niños envueltos de la primavera”).

La tía Emilia adoraba el verano:

He corrido descalza/ debajo de la parra./ Me gusta la siesta porque calienta/ los racimos de enero./ De puntillas en la tierra arenosa/ hundo la cara entre las hojas/ y muerdo con ansias los granos prietos./ Se me antojan tu boca/ por el calor y el jugo…( De “Siesta de Enero”).

Juan era el hijo de doña Elvira,el niño de los mandados:

Con un beso de nieve/ se quedaron cerradas sus pupilas./ (¡Y había tanto sol/ para esas golondrinas!)/ Su sueño, que flameaba/ hizo un asta bandera de su cuerpo…/Allí se quedó Juan…/ sin lugar para el llanto…/Sus sueños nutrirán/ de escarapelas y banderas/ las raíces heladas./ Hasta que un día Juan/ hecho Malvinas/ regrese soberano a nuestra patria…(De “La sangre de Juan en Las Malvinas”).

María Emilia amaba entrañablemente a sus hijos y respetaba la vida:

Mamá, yo estoy en tu seno,/ déjame latir los nueve meses/para entregarte el llanto…/ Mamá, yo quiero nacer,/ imagina mis dedos chiquititos…/ imagina mis ojos, pero abiertos/ para reconocerte en medio de cien madres…/ Mamá, no me mates… (De “Quiero nacer mamá”).

No me dobla el cansancio,/ me dobla la tristeza…/un hijo que está lejos nos divide la vida…/No hay distancia más larga/ que la ausencia del hijo…(De “Ausencia”).

Cuando estudiábamos afuera, semanalmente los padres nos enviaban una encomienda:

Como todos los viernes/ va la encomienda hijo./ En un paquete, encima, a la derecha,/ van los primeros nísperos./ Llevan el sol de julio/ y el olor del romero vecino./ Cuando la abras/ sentirás la tierra y el agua y el viento en el camino…/ Va la acequia, va el naranjo./ Va la casa en los nísperos./ Entre tantas cosas que lleva la encomienda/ nada será tan nuestro y tan mío,/ como el beso redondo de los primeros nísperos. (De “La encomienda”).

La limitación del espacio dedicado a este proyecto nos impide seguir recordando su poética.

María Emilia Azar, casada con Alberto Suárez Hurtado en 1945, tuvo tres hijos. En1942 publica su primer libro, “Origen Líquido”. Se suceden “Retoño de amor (1960); “La cuna en la rama” (1666); “Montemar” (1977); “Y ella dice Malela” (1981); “Mi tierra azul” (1992); “Senderos del Corazón” (1997), y dos antologías. Los atesoro a todos, amorosamente dedicados por ella.

La visité, ya como médico, atendiendo algunas de sus dolencias, hasta el final de sus días. Siempre con una sonrisa bondadosa y la palabra hecha poesía.-“M’hijo, gracias por visitarme. Le cuento que escribo de noche, cuando todos duermen y la casa está en silencio”, quizá rememorando aquellos nocturnos en soledad de maestra rural con sus primeras creaciones. -“Lleve este dulcecito de membrillo para sus chiquitos…todavía puedo hacer la colada”. Jamás una queja.

María Emilia Azar, nació, creció, se educó, trabajó (salvo los primeros años de su magisterio) como docente, formó su familia, escribió, vivió humildemente y entregó su cuerpo a la tierra y su alma a Dios el 27 de abril de 2009, en Valle Viejo, Catamarca, dejando el maravilloso legado de su poesía a la humanidad.

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