Volver a las fuentes

Las colonias agrícolas que empezaron a funcionar en Catamarca a fines de la década del 60 del siglo pasado, fueron emergentes finales de un proyecto surgido de una planificación estratégica. El proceso productivo en torno a ellas tuvo su auge, estancamiento y decadencia. Pero hoy se advierten indicios de recuperación, de la mano de asistencia crediticia y otras herramientas, que procura la recuperación de esos emprendimientos agropecuarios que tienen mucho para aportar a la economía local.

Ese proyecto de las colonias incluyó la realización previa de obras monumentales de infraestructura, construidas cuando promediaba el siglo XX, inéditas hasta entonces en Catamarca, como los diques y canales del valle central y el este provincial, para aprovechar un recurso tan imprescindible como escaso en la provincia: el agua.

La primera colonia instalada en la provincia en el marco de esta planificación productiva fue la de Nueva Coneta, en Capayán. Y luego fueron surgiendo otras, también en Capayán pero además en Los Altos, Alijilán, Motegasta, Icaño y Achalco, en los departamentos Santa Rosa, El Alto y La Paz para la producción agrícola pero también ganadera. En ambos casos, por supuesto, a pequeñas escalas, pero conformando unidades productivas que deberían ser, luego del apoyo estatal, autosustentables.

El Estado provincial le ofrecía a los colonos parcelas de tierras y vivienda. Y lo producido por ellos serviría para abastecer, al menos parcialmente, al mercado local de alimentos.

Una serie de factores gravitaron para que las colonias no cumpliesen el rol progresista esperado. Pero el más importante sin duda fue en las últimas décadas la discontinuidad de un proyecto productivo basado en la planificación estratégica, suplantado por medidas erráticas que terminaron minando el potencial productivo de esos enclaves.

Sin embargo, empiezan a advertirse indicios que se constituyen en alicientes para los productores que apuestan a recuperar estas tierras, muchas de ellas abandonadas o subutilizadas, para ponerlas a producir según estándares adecuados para este tipo de emprendimientos. El apoyo crediticio es esencial. En la presente edición de El Ancasti se relata la experiencia de un establecimiento de la Colonia del Valle, en el departamento Capayán que, beneficiado por un crédito blando de la Caja de Crédito y Prestaciones Provincial, logró implementar la reconversión varietal del olivo para la producción de aceituna de mesa y aceituna para aceite de oliva. Según su propio testimonio, con el crédito logró en un año lo que le hubiese costado cinco o seis años lograr por su cuenta, sin apoyo estatal.

No es el único caso. Los préstamos accesibles benefician a numerosos pequeños productores, que están retomando a los campos para ponerlos en producción. El apoyo se complementa con capacitación permanente y la entrega de plantines para comenzar el proceso. También, en torno a esta política crediticia, se conforman cooperativas de productores. Una de ellas inaugurará, probablemente el año que viene, su propia fábrica de aceituna de mesa.

Se trata de los primeros pasos para recuperar emprendimientos que durante años se fueron deteriorando en su capacidad productiva o tendieron directamente a la desaparición por falta de incentivos o rentabilidad. Se requiere por cierto, de mucho más que créditos blandos, capacitación y entrega de insumos para la producción. Tal vez sea hora de volver a las fuentes, es decir, retomar el ambicioso proyecto de hace medio siglo, con el compromiso de sostener esas políticas estratégicas hasta consolidar polos de desarrollos productivos locales, tal el objetivo original.

Fuente: El Ancasti

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