Una deuda de la democracia

EDITORIAL
Con inocultables fines proselitistas, Sergio Massa, candidato a la presidencia por el oficialismo y ministro de Economía, anunció para un eventual mandato suyo el diseño de una nueva estructura impositiva progresiva. Un impuesto progresivo es aquel cuya tasa de tributación aumenta en la medida en que el ingreso aumenta, con lo cual el agente que más ingresos recibe debe pagar mayores impuestos porcentualmente. Tiende, entonces, a la justicia social. Un impuesto regresivo, en cambio, es aquel que se aplica para todas las personas, independientemente del nivel de ingresos o riqueza que tengan. Propicia, en cambio, la inequidad social. El impuesto a las Ganancias, por ejemplo, es progresivo. La justificación de su (casi) eliminación es que los trabajadores no deben pagar ganancias.

Una reforma impositiva que sea integral y progresiva es imprescindible para ordenar el caótico sistema imperante hasta ahora y para dotarlo de mayor equidad. Los principales oponentes del ministro-candidato, Javier Milei y Patricia Bullrich, abogan por esa simplificación pero no puntualizan el carácter progresivo de las reformas que impulsarán en caso de ganar los comicios. Los partidarios del libremercado enfrentan una paradoja: respaldan enfáticamente la rebaja de impuestos, pero esa medida implicaría una caída abrupta de la recaudación, lo que complicaría el objetivo de reducir drásticamente el déficit fiscal que promueven tanto el candidato libertario como la postulante de Juntos por el Cambio. Consideran que rebajar los impuestos fomentaría un mejor clima de negocios y por lo tanto más inversiones para dinamizar la economía. Durante el gobierno de Cambiemos -2015-2019- hubo un mejor clima de negocios para las grandes empresas, pero no se verificó la lluvia de inversiones pronosticada.

Reflexión similar es válida para el actual gobierno. La (casi) eliminación del impuesto a las ganancias para los trabajadores gravitaría negativamente en la recaudación impositiva. Massa espera que, como contrapartida, al haber un incremento de los ingresos esos recursos se vuelquen al consumo y reactiven la economía. Es, también, una hipótesis a corroborar.

Más allá de la campaña y sus promesas, lo que realmente interesa es cómo se instrumentará una eventual reforma tributaria. Se ha dicho que debe ser integral, lo que significa que debe superarse la histórica tendencia, practicada por todos los gobiernos en las últimas décadas, de introducir parches a un sistema complejo y muy poco práctico. Y también es imprescindible que sea progresiva, es decir, que tributen más lo que mejor capacidad de pago tienen.

La reforma tributaria integral y progresiva es una deuda de la democracia. De modo que el tema no debe prestarse a especulaciones electorales sino formar parte de un debate institucional serio y responsable. Todos los candidatos, de todas las fuerzas, hablan con exaltación -y liviandad- de la política impositiva y de sus propuestas de reforma, pero ese entusiasmo parece apagarse cuando se contaron los votos depositados en las urnas.

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