Pobre Patria

El destino de la desmesurada Ley Ómnibus, amputada hasta la insignificancia, es a esta altura anecdótico. Su tratamiento en la Cámara de Diputados llega con la sesión XXL al paroxismo del grotesco, con enfrentamientos entre manifestantes, fuerzas de seguridad y provocadores frente al Congreso, sobreactuaciones y negociaciones, acaso negociados, entre bambalinas. Paroxismo provisorio, hay que aclarar: la escena es tan bizarra que no pueden descartarse más ridículos y bochornos escondidos en la raspa ‘e la olla.

Todo tan previsible. Un Presidente dedicado a la agresión y descalificación sistemática, autoboicoteándose, y el sistema político y corporativo agazapado a la espera de cobrar el rebote de tanto dislate e incompetencia. En nombre de la Patria y el pueblo, por supuesto, conceptos más manoseados que naipe de boliche –o celular de Santiago Caputo-, devaluados a fuerza de adulteraciones facciosas.

Javier Milei pronunció su primer discurso como Presidente de espaldas al Congreso, hablándole directamente a su feligresía y confundiéndola con el sacrosanto “pueblo”. Ayer, legisladores del kirchnerismo y la izquierda se trasladaron del recinto a la calle con el pretexto de defender al “pueblo” de la represión.

Circo. Las conductas se despliegan para exponerlas en las redes sociales. En ese ecosistema, cada caciquejo devenido en “influencer” recibe los reconfortantes likes y réplicas de su respectiva tribu, que les permiten asignarse la representación tanto del “pueblo” como de la “Patria” y autopercibirse estadistas propalando consignas vetustas, anacrónicas, a las que sus procederes vaciaron de cualquier significado trascendente que puedan haber tenido.

Los sectores repudiados en las urnas, los que fueron incapaces de evolucionar e interpretar la demanda social para neutralizar el aquelarre en curso, se aferran ahora a la consigna “La Patria no se vende”, con expectativas de reciclarse. Entre ellos se destaca el kirchnerismo que, entre tantas otras cosas, promovió la reestatización de YPF arropado en un chauvinismo que trasladó en forma de defectos al procedimiento. Como consecuencia de tanto patriotismo pende sobre la Argentina, la meneada “Patria”, una deuda de 16 mil millones de dólares que debe abonar en concepto de indemnización al fondo Burford Capital.

Burford Capital le compró los derechos del litigio al holding empresario de la familia Eskenazi, estrechamente ligada a los Kirchner, por 15 millones de dólares. El grupo Eskenazi cobraría el 30% de la indemnización de Burford.

La orden de estatizar fue dada por Cristina Kirchner y ejecutada por Axel Kicillof, con el monitoreo jurídico de Carlos Zaninni, primero como secretario de Legal y Técnica y luego, ya con el juicio en marcha, como Procurador del Tesoro.

Qué curioso que la inverosímil mala praxis haya devenido en tantos beneficios para los protegidos kirchneristas, pero hace falta una aclaración: pese a las caudalosas evidencias de ineptitud y corruptela, todo el proceso fue avalado entre grandes vítores por la mayoría aplastante del Congreso, con excepciones individuales tan escasas como honrosas.

Porque la Patria no se vende, por supuesto, pero tranquilamente se la puede someter a remate.

Milei se erigió sobre las ruinas de un sistema político minado en su credibilidad y legitimidad. Entre otros motivos, por la utilización indiscriminada de consignas como tapadera de matufias.

Nadie es la Patria, todos los somos, escribió Jorge Luis Borges. “Arda en mi pecho ese límpido fuego misterioso”. Una definición poética, tal vez la única posible para una Argentina devastada, fragmentada por las mistificaciones.

También citaba Borges al escritor británico Samuel Johnson: “El patriotismo es el último refugio de un canalla”.

Pobre Patria argentina, destrozada por el tironeo de los canallas.

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