OPINÓN
Hace apenas unos días se señalaba en esta misma columna que la afirmación del Presidente Javier Milei, sobre sus deseos de poner el último clavo a un féretro con Cristina Fernández adentro, no ofendía sólo a los kirchneristas o peronistas, sino a todos los argentinos. Idéntica apreciación puede realizarse ahora, con respecto a los últimos exabruptos presidenciales contra Raúl Alfonsín, a quien tildó de “golpista”. Se trata de agresiones que no ofenden exclusivamente a alfonsinistas o radicales, sino a todos los argentinos. En cierto punto, para ser sinceros, genera cierta pereza seguir respondiendo a esta clase de declaraciones, y hasta lleva a preguntarse si el ejercicio de decir estupideces a cada paso no es una calculada estrategia de Milei para desviar la atención sobre otras cuestiones, y forzar a todos a dar vueltas sobre la nueva sandez que suelta cada día. Pero hay definiciones que no pueden pasarse por alto, porque el silencio se tornaría cómplice.
Milei no insultó a Raúl Alfonsín, porque Alfonsín está muerto desde hace más de 15 años y no puede escucharlo ni mucho menos defenderse. Hizo algo más grave, agravió su memoria, su figura, su legado. Y fue un legado importante, tanto que Alfonsín es una de las personalidades políticas más respetadas por los argentinos, sin distinción de ideologías partidarias. De hecho fue el propio kirchnerismo quien le tributó su último gran homenaje, inaugurando su busto en Casa Rosada. Se sabe, Alfonsín dejó el poder anticipadamente, acorralado por una hiperinflación incontrolable, producto del fracaso de su plan económico. Tuvo aciertos y errores, como todo Presidente. Pero una vez que bajó la espuma de las urgencias, transcurrió el tiempo y se dispuso de cierta perspectiva histórica, el pueblo valoró lo que había hecho. Rescató la esencia de un hombre comprometido con su momento, a quien le tocó conducir el país sobre las brasas calientes que dejó la dictadura, y con militares todavía encumbrados en el poder real.
Alfonsín fue un hombre de diálogo y de la democracia, que tuvo coraje para poner sobre la mesa temas como los derechos humanos, impulsando el juicio a las Juntas. Un hombre que sufrió detenciones arbitrarias en diversos gobiernos de facto, por ejemplo, por abrir las puertas de un Comité cuando estaba prohibido. Un hombre que se opuso a la guerra de Malvinas advirtiendo que era una artimaña de los militares para perpetuarse. Un hombre que puso final pacífico al conflicto limítrofe con Chile. Un hombre íntegro, decente, respetable y respetuoso. Que sabía escuchar, que alentaba el diálogo y la sana convivencia con sus adversarios. Conjunto de virtudes que Milei no tiene y difícilmente adquiera, ya que parece orgulloso de su perfil destructivo.
Fuente: El Esquiú.com