La interminable escalada ascendente de las cuotas de las empresas prepagas de salud, lanzada desde diciembre pasado, ha tenido la extraña consecuencia de que despertó a la clase media acomodada de su sopor individualista y de su discreta simpatía mileísta. El golpe al status social fue sentido por mucha gente con influencia sobre el sistema político, comunicacional y privilegiadamente formadora de “opinión pública”.
A tal punto el malestar de ese sector se hizo evidente, que hasta el infatigable repetidor de slogans neoliberales y ministro de Economía, Luis Caputo, debió mostrarse indignado por el incremento insostenible de las empresas de salud, rompiendo con uno de los principales mandamientos mileístas: “La empresa siempre tiene la razón”.
Mientras millones de compatriotas, durante los largos años de la década del ‘90, fueron dañados por despidos, suspensiones, desempleo, hambre, marginación, pobreza y represión –sin que su desesperante situación mereciera ningún tipo de solidaridad por parte de los disfrutantes de la convertibilidad–, el derrumbe de la economía que se precipitó en 2001, debido al corte del crédito internacional a nuestro país y la consiguiente contracción económica, llevó a un creciente estado de indignación por parte de los indiferentes de siempre.
La mayoría de la población ya estaba en la lona hacía rato, cuando esa fracción de clase media alta se sintió afectada por la recesión pavorosa, la desmonetización de la economía, la prohibición de retiro masivo de fondos de los bancos y la imposibilidad de seguir comprando dólares y consumiéndolos en el exterior con libertad.
Eventos internos o internacionales pueden hacer desbarrancar por completo la marcha alucinada de la actual gestión. El caldo social puesto a fuego fuerte por la actual gestión tiene sus tiempos para encontrar el punto de ebullición, pero nadie en la actual gestión piensa en bajar la intensidad del ajuste.
Los indiferentes de siempre
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