La desquiciada dinámica en la que se interna la economía encuentra a la sociedad huérfana, con los candidatos inmersos en cálculos y conjeturas proselitistas y el poder político formal ausente.
Sergio Massa es ministro de Economía, pero ha subordinado las responsabilidades de este puesto a su ambición presidencial: solo asume el rol para anunciar medidas demagógicas, reniega de él cuando debe asumir el impacto que tienen estas disposiciones debido al desboque del gasto público.
Sobre ese fuego arroja nafta Javier Milei acelerando la fuga del peso hacia el dólar y la espiral inflacionaria. Va por la profecía autocumplida, busca que el colapso precipite su triunfo en primera vuelta.
“Sistemáticamente hemos ejercido la prudencia para evitar que explote la bomba que vienen gestando el presidente Fernández, la vicepresidenta Kirchner y el ministro Massa. Somos los únicos que hemos hecho una propuesta concreta para evitar la crisis”, posteó Milei en su cuenta de X. Las responsabilidades del Gobierno en la crisis son incontrastables, pero ¿prudencia?
Los dislates escatológicos del libertario jugaron un rol capital en la escalada por una razón: su consistencia electoral otorga fuerte gravitación a sus opiniones.
Es inquietante que un aspirante a Jefe de Estado no considere el impacto de sus palabras.
Conviene hacer memoria munido del atractivo lema del kirchernista “no fue magia”.
El acceso a la Presidencia de Carlos Menem no tuvo efectos mágicos. Costó dos años estabilizar la economía después de la hiperinflación que llevó a la salida anticipada de Raúl Alfonsín en 1989. La Convertibilidad comenzó a regir recién en 1991.
Tampoco fue producto de la magia la superación de la crisis de 2001 que eyectó a Fernando de la Rúa. Mal que les pese a los glorificadores de Néstor y Cristina, lo cierto es que Eduardo Duhalde fue presidente durante un año antes del advenimiento de los salvadores de la Patria, a favor de quienes hizo el trabajo sucio: instrumentó una devaluación de 450% que llevó los indicadores de pobreza al paroxismo para acomodar las cuentas tras el derrumbe de la Convertibilidad.
Plan Bonex en el ’89, licuación del ingreso brutal en 2002. Estos precedentes deben considerarse porque Mandrake no es candidato.
Entre Massa y Milei maniobra una Patricia Bullrich tan limitada que debe delegar lo más arduo del combate electoral en su eventual ministro de Economía, Carlos Melconian, mientras cunden en Juntos por el Cambio las intrigas.
El panorama se completa con las deserciones del presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Kirchner. Son los principales responsables políticos de haber mellado los instrumentos estatales que deberían servir para responder en el desmadre económico.
El deterioro de la credibilidad lubrica la inserción de la prédica de Milei, de modo que las convocatorias a la mesura, las apelaciones a la confianza y las garantías sobre la solidez del sistema financiero provocan el efecto inverso al que Massa pretende y son interpretados como síntomas de desesperación e impotencia.
Fernández se replegó agraviado por el fracaso de su gestión y permite que Massa le usurpe funciones. Tal vez apueste a que le carguen el costo del desastre al candidato y no a él.
Cristina está concentrada en su peripecia judicial y en la Provincia de Buenos Aires, donde la reelección de su pupilo, Axel Kicillof, es acechada por los efectos del caso Insaurralde.
En el sálvese quien pueda, la política procura tomar los botes antes que nadie.
Fuente: El Ancasti