Opinión
Cristina Kirchner busca el control del PJ nacional para tratar de digitar las listas de candidatos del peronismo más allá de la Provincia de Buenos Aires y sostener la gravitación que tiene en el Congreso.
El año que viene se renuevan las 24 bancas en el Senado correspondientes a las provincias Tierra del Fuego, Salta, Santiago del Estero, Río Negro, Neuquén, Entre Ríos, Chaco y la Ciudad de Buenos Aires. El kirchnerismo tiene en ese cuerpo la primera minoría con 33 legisladores y arriesga poco menos de la mitad de su representación: de los 24 escaños, 14 le pertenecen.
También se renuevan 127 bancas en la Cámara de Diputados, 47 de las cuales son del bloque Unión por la Patria, compuesto ahora por 99 brazos. Estos datos duros marcan ya un retroceso respecto de 2023. Leve en el caso del Senado, donde el kirchnerismo pasó de 35 a 33 bancas, más profundo en Diputados, donde cayó de 118 a 99.
Si bien con el ascenso de Milei se le produjeron algunas fugas, CFK ha conseguido hasta ahora disciplinar sus agrupaciones. El problema para el año que viene es que Unión por la Patria estalló y ya no está en el Gobierno, de manera que el margen para imponerles candidatos a los jefes territoriales es muy estrecho, casi inexistente salvo en Buenos Aires. La exvicepresidenta corre el riesgo de perder la influencia determinante que tiene en el Congreso a manos del archipiélago de los gobernadores, que se le desmarcan.
Sin la lapicera y las vituallas de la Casa Rosada, la única estructura de alcance federal que le queda para influir en la configuración de la escena parlamentaria es el PJ. Por eso desempolva el sello y le asigna ahora la superlativa importancia que antes le negaba.
Catamarca proporciona ejemplos claros de cómo se movió el kirchnerismo para condicionar las listas de candidatos nacionales en las provincias y meter tropa propia.
En 2009, el Consejo Nacional del PJ controlado por los Kirchner intervino al PJ Catamarca y el interventor, Jerónimo Vargas Aignasse, sacó al partido de la contienda en el distrito, clausurando la posibilidad de que presentara candidatos.
Los candidatos justicialistas eran entonces Luis Barrionuevo, a senador nacional, y el actual gobernador Raúl Jalil, a diputado. La decisión de Vargas Aignasse los dejó fuera de juego en beneficio del Frente para la Victoria, que llevó como candidata a senadora a Lucía Corpacci –vicegobernadora de Eduardo Brizuela del Moral desde 2007- y a Dalmacio Mera como primer postulante a la Cámara baja.
Corpacci llegó al Gobierno dos años después y desde entonces la representación del peronismo catamarqueño en el Congreso fue copada por kirchneristas: la senadora Inés Blas de Zamora y los diputados nacionales Isauro Molina, Néstor “Chicho” Tomassi y Verónica Mercado son los ejemplos locales más acabados de esta mecánica, que se replicaba o intentaba replicar en el resto de las provincias del país.
CFK ya no está en condiciones de practicarla. La pelea por la Presidencia del PJ Nacional con Ricardo Quintela, detrás de quien juega un variopinto universo de dirigentes, apunta a recuperar las riendas perdidas.
No tendría en Catamarca necesidad ahora de intervenir el PJ como 2009, coptado como está por el corpaccismo, pero la pregunta es si el PJ local está en condiciones de lograr resultados competitivos disociado del Gobierno.
La idea mayoritaria en el peronismo catamarqueño, que comparten Jalil y el intendente capitalino Gustavo Saadi, es alambrar la provincia y definir las candidaturas independientemente de las pretensiones metropolitanas.
Pero no es mucho lo que se juega en Catamarca para el Congreso: dos bancas de diputados nacionales oficialistas y una de la UCR.
El desafío es más complejo para CFK en los distritos de padrón más abultado, que tienen más diputados, y donde se renuevan senadores. Es un mundo desconocido para ella: los caciquejos ya no se le someten y avanzan en construcciones autónomas para navegar en el todavía incierto orden libertario.