COLECCIÓN SADE- ESCRITORES CATAMARQUEÑOS POR AUTORES CATAMARQUEÑOS
La siesta tendía un manto frío en el otoño de 1984, yo caminaba intrigada por calle Rojas, por fin conocería al poeta del que tanto me habían hablado. Cuando llegué a la esquina de calle Caseros, Cuty Yurilli –anfitriona y amiga- abrió la puerta de su casa y ahí sentado a una mesa redonda estaba él. Había hojas desparramadas sobre el mantel finamente bordado que sacaba de una carpeta marrón de cuero. Su voz se entrecortaba, un mundo poblado de imágenes, aventuras y un pasado al que hurgaba como si sacara migas de pan de sus bolsillos. Ese encuentro selló para siempre una amistad que perduró hasta el día de su muerte. Su obra poética nacida del fuego, de figuras de antaño que visitaron su imaginación o que convivieron con la impronta en una época de sórdida moral, embadurnada por el dogma exacerbado del catolicismo, donde claramente se mutilaban las verdades, en orden a la correcta pureza o castidad.
La obra literaria de Leonardo Martínez, compuesta de poemarios; Tacana o los linajes del tiempo, Ojos de Brasa, El Señor de Autigasta, Asuntos de familia y otras imposturas, Rápido pasaje, Jaula Viva, Estricta Ceniza, Las tierras naturales, Los ojos de lo fugaz, El barro que sofoca tienen la impronta del aire diáfano y de alazanes desafiando la historia, vientos que arremolinan nostalgias y pedazos de puñales en el desamparo.
Figuras originadas en una antigua estirpe, que convivieron en su infancia o que fueron construidas en su imaginación. Son expresiones poéticas, estampas, cuyo origen decanta en el linaje de familia y del séquito que la rodeaba. De ahí abreva el autor para redimir nombres, hechos, o simplemente caricaturizar personajes.
Santiago Sylvester dice que hay una insistencia del autor en armar una mitología familiar cierta o inventada, personajes de vida intensa que van poblando un Registro Civil imaginario, pero consistente, una parentela excéntrica. Su primer libro “Tacana o los Linajes del tiempo” publicado por Cuadernos de Sudestada, define la matriz donde se asentará toda su obra: “Se va la estirpe antigua/ como un puñado de aire/ sombra tenue/ que deja de nombrarse/…”.
El magnífico poema “Los abuelos” introduce los ancestros en su mundo: “…Vinieron domando los Andes/ con el delirio verde transparente de mareas/ y se extendieron en ríos carnales/ que me duelen/ padres de las noches y los días/ fundadores de la vida…”.
Aparecen aquí como en el resto de sus libros, tíos, abuelos, mujeres con nombres propios, la madre, su padre. Cada uno de estos protagonistas viste distintos trajes, en rigor es una procesión de hijos del silencio, labradores y andariegos de sueños, centinelas de tierras majestuosas, cazadores en el desamparo y en la consumación de la sangre, tatarabuelos, doncellas jugosas, mancebos. La añoranza es una manta que recubre a estos personajes que se fueron, tras la madre de los vientos. Martínez los resucita en cada espacio de sus textos. Tacana es un Distrito del Dpto. Ancasti de Catamarca, también es el pedacito de cielo encubierto de pajonales y montañas donde el poeta vio la luz escurrirse entre las piedras hasta aquietarse en la profundidad del remanso.
Leonardo Martínez nos posiciona en el lugar donde habita la memoria y la transmigración de las almas en el poema “Toda la tierra”: “Hay un pedazo de tierra/ que es toda la tierra/ fundado en mi alma/ árboles le crecen como manos/ y vientos lo arremolinan de nostalgias…”.
Una selección de poesías de toda su obra conforma “Escribanía de Vivos y Muertos” (ediciones del Dock, 2013) cuyo título ya nos da la dimensión de la temática que obsesiona al escritor y que, según Jorge Boccanera, remite a una especie de balance, arqueo, registro de presencias y ausencias. Resalta en su obra una textura, una atmósfera y un tiempo que reúne memoria y presente; ausencias que cobran espesor de vida, todo tensado por imágenes de gran factura.
La relación con el paisaje
Hay una identificación del poeta niño y el adolescente con el paisaje. La vida transcurre en el río y en las siestas, opulencia en las imágenes que se describen en toda su obra, ceremonias que se entrecruzan en secretos, alfalfares, jardines de pájaros y corzuelas, como se refleja en el libro “El Señor de Autigasta”.
“Chapotean descalzos/ en las aguas crecidas…/Morenos dulcísimos del verano/ nadan hacia el niño/ escondido en la espesura…”; “De la Infancia queda todo intacto. Clausuras llenas de plegarias/ palabras como flores marchitas… como pequeños dioses amábamos el placer/ creamos jardines de pájaros visionarios….”.
O cuando dice en otro poema: “En la arboleda soñábamos/ mientras los insectos en vuelo/ enturbiaban la siesta…”.
Y dirá en “Oidor polifónico del Monte” una frase que define su infancia: “Nombrarte es decirme/ escucha la siesta de verano “, aparece el mandinga, la honda tensa tocando el corazón de las palomas. En otro poema dirá, nos gustaba mirar las puestas del sol, hundirnos en la sombra caliente y soñar. La fantasía del poeta creaba dioses ambulantes que se mecían en los árboles, mientras los insectos enturbiaban la siesta.
Una fuerte amalgama o sincretismo con el paisaje se observa cuando define al padre, diciendo “Es hombre y es paisaje y espuma de eternidad/ en la impostura del tiempo… memorial secreto de las aves y del viento”. Se intuye un mundo sensorial pleno encarnado en cada poema, donde el aire remonta azules oquedades, mientras halcones y loros barranqueros reclaman la silente oscuridad.
También se perciben olores entre ollas y cacharros en el poema “La Rita” o cuando dice “… nos revolcamos en colchones de toronjil y menta…” (Adolescencia-Resumen de espejos). Descolla la fauna como la iguana, el zorro, palomas, el sapo, el suri, el puma, la serpiente. María Eugenia Valentié dice: “Sólo alguien con una especial sensibilidad para los registros sonoros de una lengua, para sus cadencias y sus ritmos podría haber escrito estos versos.” También hace alusión a los aromas y sabores. Es en el paisaje donde se sustentan las imágenes en toda su obra, son yeguas desbocadas arrastrando las mañanas. Una geografía arrolladora en un mítico tiempo.
Lo onírico
Hay sin duda una huella autobiográfica enajenada en el ensueño, en el delirio de la contemplación y la imaginación. El paisaje muestra acuarelas tornasoladas, que por momentos se diluyen en color sepia. La reminiscencia fluye en los textos y la mística subyace en una suerte de realismo, -como dice Roxana Páez cuando analiza la poesía de Juan L. Ortiz- por una poesía generada en la realidad observada que a veces es “realidad idealizada”. La obra de Martínez está cubierta por un encantamiento, que jalona el cañaveral cercano, las ranas que plañen, las sombras que se agolpan, la hora de las apariciones, la perra negra que lo amamantó, cuya leche sagrada dejó en sus labios el gusto agreste de la inmortalidad.
La idealización del paisaje, cuando refiere, por ejemplo, “La luz ennegrecía los carriles del sueño y San Antonio presidía la columna/ de moros zainos alazanes/ dirigiéndolos hasta un escondido cielo (Vuelta de la Santiada); ”…no esparcen tu música los vientos/ quizás la brisa juegue con tus espinas duras/ y la lluvia lustre tu ropaje opaco…( El cardón).
Introduce fuertes metáforas ligadas a la geografía circundante, acude a los cielos y a la fauna, revelando así una realidad idealizada. En sueños, el hermano lo visita a diario, él está detrás de las montañas, cercana al mar de aguas sin fin. Las hermanas que no tuvo también caminan por el sueño al igual que las correrías nocturnas (en “Asuntos de Familia”). La abuela a veces lo habla en los sueños refugiada en la intimidad del traspatio. Con imágenes zoomorfas describe a las sobrinas en una mágica composición picaresca, ellas están colgadas de la zaranda caliente y con las uñas crecidas y los espolones desgarran el aire. Se trata de una autobiografía montada en la realidad sobredimensionada por acontecimientos imaginarios que enriquecen el poema.
