La que no se olvidó de los que nadie veía

En la historia argentina hay nombres que se transformaron en símbolo, y hay símbolos que se siguen discutiendo con el paso de los años. Pero con Evita pasa algo distinto: no importa cuánto tiempo pase, su figura sigue latiendo con fuerza, incomodando, emocionando, dividiendo. Fue actriz, sí. Fue la esposa de Perón, claro. Pero también fue una mujer que agarró la política con las dos manos y la usó para hacer algo que todavía estremece: poner en el centro a los nadies. A los de abajo. A los olvidados. Y por eso incomodó tanto. Porque no hablaba desde el bronce, hablaba desde la calle. Y Catamarca también escuchó esa voz.

Eva Duarte de Perón no necesitó una banca ni un cargo formal para dejar huella. Nacida en un hogar pobre, con una infancia llena de estigmas, se escapó joven a Buenos Aires buscando un futuro. Allá la encontró la radio, el cine, el amor con Perón, y también la militancia. Con él compartió poder, pero también convicciones. Su historia no es solo de amor o de poder: es de voluntad. De romper moldes. Como cuando se metió de lleno en la lucha por el voto femenino, o cuando fundó el Partido Peronista Femenino, con miles de mujeres organizadas. A Eva no le importaba si los modales eran los correctos, lo que sí le importaba era que los pobres comieran, que las mujeres votaran, que los chicos tuvieran guardapolvo y juguetes. Acá, donde el tren tardaba días, donde las rutas eran de tierra, donde las escuelas rurales funcionaban a pulmón y los hospitales no daban abasto, los camiones de la Fundación Eva Perón llegaron con frazadas, medicamentos, pan dulce y colchones.

Parece menor, pero no lo era. Porque mientras la política hablaba en voz alta desde el centro, ella ponía el cuerpo en las orillas. Catamarca, como otras provincias del norte, fue testigo silencioso del impacto real del peronismo. Muchas mujeres votaron por primera vez gracias a la ley impulsada por Evita, mujeres que nunca habían tenido ni voz ni apellidos importantes, de pronto levantaban la cabeza y sentían que también eran parte. Acá también se formaron unidades básicas femeninas con maestras, empleadas, amas de casa, que salían casa por casa a organizarse. Porque ella no solo les dio un derecho: les enseñó a usarlo.

Se recuerdan con emoción las entregas de juguetes en Navidad, organizadas por la Fundación. Testimonios hablan de chicos que nunca habían tenido una pelota, una muñeca o un par de zapatos nuevos. Había listas en los barrios, cartas manuscritas que llegaban por correo al Ministerio de Bienestar Social. Y aunque no todas eran respondidas, muchas sí lo eran. Eva no era una figura lejana. En esta provincia la llamaban “la madre de los pobres”, y no era una frase suelta. Era una experiencia.

Por supuesto, hubo quienes la odiaron. En familias tradicionales su imagen levantó cejas. ¿Una actriz? ¿Una hija ilegítima? ¿Una mujer de carácter, con voz propia y sin miedo a mandar? Todo eso era demasiado. Pero mientras la élite se incomodaba, en las casas humildes su foto colgaba al lado del Sagrado Corazón. No porque fuera santa, sino porque había hecho algo que nadie más hacía: mirar para este lado.

Cuando la enfermedad le ganó el cuerpo, las radios locales suspendieron su programación. En algunas escuelas se izó la bandera a media asta. Se organizaron misas, se hicieron minutos de silencio en actos públicos. Era 1952, y Evita se había ido. Tenía solo 33 años. Pero su presencia siguió flotando. En algunos pueblos aún se conservan placas oxidadas con su nombre, calles con su firma, fotos escondidas que sobrevivieron al golpe del 55.

Porque después vino el odio organizado. El antiperonismo no solo borró su nombre de las escuelas, también persiguió a quienes la recordaban. Pero el silencio no siempre significa olvido. Hay memorias que se archivan para sobrevivir. Y con los años, su voz volvió.

Evita no fue perfecta. Pero tampoco quiso serlo. Eligió estar con los que sufren y entendió que el poder servía si se usaba para tocar la realidad. Y lo hizo. Evita sigue viva porque todavía hay necesidad. Y como ella dijo:

“Donde existe una necesidad, nace un derecho”.

“Yo haré cuanto pueda por aliviar los dolores de los humildes”.

“Yo no me dejo arrancar del corazón lo que tengo adentro. Y lo que tengo adentro es el pueblo”.

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