EDITORIAL
Si al comienzo de la pandemia se generaron esperanzas respecto de que la repentina aparición de una enfermedad que al cabo de un par de años iba a acabar con la vida de millones de personas en todo el mundo hiciera del mundo un mejor lugar para vivir, es triste pero acabadamente real admitir que ocasionó un fenómeno absolutamente contrario. Si bien hubo ejemplos de entrega, compromiso y solidaridad durante los peores momentos del COVID-19, en general la pandemia alimentó un sentimiento de individualismo, de “sálvese quien pueda”. Y profundizó la ya desigualdad que desde hace décadas es un verdadero escándalo para la humanidad.
En la previa de la Conferencia de Davos, el Comité de Oxford de Ayuda contra el Hambre (Oxfam) publicó un nuevo informe sobre la inequidad en el mundo, en el que se confirma cómo la brecha se ensanchó desde la irrupción de la pandemia. En el estudio se destaca que desde 2020 la riqueza de los cinco billonarios más ricos del mundo -Elon Musk, Bernard Arnault, Jeff Bezos, Larry Ellison y Mark Zuckerberg- se duplicó. En el mismo lapso, el 60 por ciento de la población mundial se fue volviendo más pobre.
Entre las causas de la formidable profundización de la desigualdad, el informe de Oxfam menciona el poder monopólico empresarial y la falta de regulación estatal. Y señala que además de la crisis del nuevo coronavirus, el mundo vivió otros sucesos que condicionaron el actual contexto. “En solo tres años, hemos experimentado una pandemia mundial, nuevas guerras, una crisis del costo de la vida y el colapso climático. Cada una de estas crisis ha ensanchado la brecha, no tanto entre los ricos y las personas que viven en la pobreza, sino entre una minoría de oligarcas y la inmensa mayoría de la población mundial. En el año 2024 existe un peligro muy real de que estos extremos tan alarmantes se estén convirtiendo en la nueva normalidad”, consigna el trabajo.
La riqueza de los megamillonarios en el mundo creció en los últimos tres años un 34%, esto es, a un ritmo que triplicó la tasa de inflación mundial. Al mismo tiempo, se verificó una reducción de la calidad de vida de las personas más pobres. El estudio de Oxfam, “los salarios de casi 800 millones de trabajadores no se mantuvieron a la par de la inflación y consecuentemente perdieron 1,5 billones de dólares en los últimos dos”.
Argentina no es la excepción. Según el INDEC, en diciembre se corroboró que el 10 por ciento más rico de la población tiene ingresos 14 veces más altos que el 10 por ciento más pobre.
Una distribución equitativa de los ingresos y la riqueza acabaría con los dramas sociales que conmocionan a la humanidad. Pero eso no se logra con mercados cada vez menos regulados sino con la acción organizadora y orientadora de los estados. Como señaló el Papa Francisco en su encíclica “Hermanos todos”, “el mercado por sí solo no puede resolver todos los problemas, por mucho que se nos pida que creamos en este dogma de la fe neoliberal”.
