EDITORIAL
Javier Milei ha tenido un discurso coherente, desde que alcanzó la popularidad como panelista de programas de televisión…
Javier Milei ha tenido un discurso coherente, desde que alcanzó la popularidad como panelista de programas de televisión y hasta su acceso a la presidencia de la Nación luego de un meteórico ascenso político, respecto de su liberalismo económico extremo. Es un férreo defensor de la libre competencia y no está de acuerdo con ninguna intervención del Estado para corregir las fallas del mercado, que para él no existen. Defiende incluso la existencia de monopolios y oligopolios, a los cuales les atribuye solo efectos positivos para el crecimiento de la economía.
Como primer mandatario ha continuado con ese discurso y lo profundizó incluso durante su alocución en el Foro de Davos. “Es imposible que exista algo así como fallos de mercado. Cada vez que ustedes quieran hacer una corrección de un supuesto fallo de mercado, inexorablemente le están abriendo las puertas al socialismo”, dijo.
Sin embargo, la dura realidad suele provocar desconexiones entre lo que se dice y lo que finalmente se hace en la práctica política.
La teoría de que el mercado puede autorregularse y que el Estado no debe intervenir es inconsistente. Y el propio Milei y su ministro Luis Caputo lo experimentan en carne propia. La liberación de precios decidida en diciembre en concordancia con esa prédica económica provocó aumentos en el precio de los productos, sobre todo los alimentos y los medicamentos, muy por encima de lo esperado y justificado en función de los costos de producción, intermediación, etc. Era esperable: los empresarios pretenden siempre maximizar sus ganancias, y pueden hacerlo casi sin restricción si tienen una posición dominante en el mercado.
Si en los primeros meses de gestión tanto Milei como Caputo señalaron que el Estado no iba a intervenir para incidir en los precios y que iba a prescindir de cualquier tipo de negociación, en la última semana esa postura cedió paso a una inédita gestión. El ministro de Economía convocó a una reunión a los representantes de los supermercados y empresas fabricantes para pedirles que dejen de incrementar los precios.
Por otro lado, la realidad desintegra otro de los dogmas ultraliberales, que sostiene, desde una posición monetarista, que la inflación depende de la emisión de moneda.
Otra medida intervencionista en la economía, y no para beneficiar precisamente a los sectores que más están sufriendo los efectos del ajuste, es el de ponerles techo a los acuerdos de aumento salarial de las paritarias. Milei se cansó de declarar que el gobierno no tiene por qué meterse en las paritarias del sector privado porque son acuerdos de parte, pero Caputo ejerce presiones constantes para impedir aumentos por encima de la inflación, lo que licua aún más los ingresos de los sectores asalariados formales. El gobierno, finalmente, también interviene planchando el dólar.
Los dogmas en política y economía no pueden sostenerse demasiado tiempo. La realidad se encarga de pulverizarlos más temprano que tarde.