Opinión
Despojada de toda sutileza, Christel Bories, presidenta del grupo minero francés Eramet, que empezó a exportar litio desde la puna salteña, sintetizó en un corto párrafo la relación que los “holdings” pretenden establecer con el país. «No estamos tan interesados en la Argentina, estamos interesados en el litio, primero que nada. Vamos a donde la naturaleza puso los minerales», disparó en una entrevista concedida a La Nación, a lo largo de la cual explicó las condiciones que deberían cumplirse para obtener el favor de los inversores: eliminación total del control de cambios, estabilidad jurídica a largo plazo y, sobre todo, infraestructura adecuada en rutas, ferrocarriles, puertos y energía.
La ejecutiva francesa advirtió sobre los inconvenientes que les acarrea a los gigantes mineros el hecho de que el litio esté en regiones demasiado distantes.
“Estos proyectos se ubican en zonas muy remotas. Sin infraestructura no se puede expandir la industria extractiva”, rezongó.
El concepto “zonas remotas” es propio de la lógica de la extracción. Se trata de lugares vacíos que solo cobran sentido cuando pueden ser conectados eficientemente con los puertos de exportación.
Una ejecutiva resumió de modo impecable la visión de las corporaciones litíferas: «No nos interesa la Argentina, sino el litio»
Una macana esto de tener que incrementar gastos empresarios para conectarlas con la civilización. Con lo caro que está todo, seguramente el Estado podrá hacer algo para mermar los presupuestos.
Ya se irán acomodando las cosas, pero conviene mientras tanto señalar los malos ejemplos, no vaya a ser que cundan.
Bories cuestionó a Chile por haber calificado al litio como recurso estratégico hace medio siglo, decisión que obliga a las empresas extranjeras a asociarse con el Estado. “Los procesos de concesión son muy lentos y complejos”, se quejó.
Bolivia, en tanto, “tiene desventajas ligadas especialmente a su sistema político, lo cual hace que sea muy difícil imaginar una inversión”.
La Argentina, entonces, emerge como una oportunidad en la región para contribuir «cadenas de valor soberanas” de Europa y Estados Unidos frente a la amenaza china.
Es sintomático que Bories hable de la soberanía de Europa y los Estados Unidos mientras requiere concesiones extremas a la Argentina y les recrimina a Chile y Bolivia ejercer su propia soberanía.
Quizás convenga mermar la ansiedad sobre la cantidad y velocidad de las extracciones y comenzar a plantearse en qué condiciones se les ejecutarán y en beneficio de quién. Porque también es curioso que Bories no se haya referido a las enormes ventajas que ya ofrece el país para la actividad, más allá de considerar que el RIGI debería generalizarse.
Catamarca podría ofrecerle algunos ejemplos, empezando con los fraudes fiscales perpetrados por Livent con la subfacturación del litio que exportaba o la donación a la litífera china Zijin-Liex del predio en el que funciona su planta en Fiambalá, procedimiento realizado a expensas de los propietarios de las tierras, que abrieron una causa penal.
Catamarca también renunció a cualquier participación en el fabuloso negocio que hizo Livent al venderle sus muy holgados derechos a Rio Tinto.
Las corporaciones, norteamericanas, europeas o chinas, exigen más todavía: la chancha, los veinte y la máquina de hacer chorizos.
Si una ejecutiva extranjera declara abiertamente que no le interesa el país sino solo el mineral, exige infraestructura pública para la ganancia privada y condiciona inversiones a la eliminación de toda regulación, describe con precisión lo que es el extractivismo: una relación donde los Estados periféricos aportan recursos y subsidios, mientras las corporaciones transnacionales se llevan las ganancias.
Un país que renuncia a regular el acceso a sus recursos, construye infraestructura exclusivamente para la extracción y otorga beneficios fiscales sin contrapartidas no está promoviendo su desarrollo, sino lubricando su propio saqueo.