Análisis
Por Adrián Rojze (*)
El Gobierno avanza en transformaciones profundamente regresivas, que buscan configurar un país con una población segmentada. De un lado, una minoría con plenos derechos económicos y sociales, del otro, una mayoría en condiciones de subsistencia precaria. Para vencer la resistencia social, el proyecto libertario apela a mecanismos ya probados, como la instalación del miedo, la vacilación y la angustia, junto a la percepción de crisis permanente.
En su clásico libro La doctrina del shock, la escritora canadiense Naomi Klein describe los procesos traumáticos de reconversión de muchos países, entre ellos, no casualmente, el genocidio argentino, donde un elemento común muy relevante es inyectar en la sociedad una sensación de miedo, vacilación y angustia frente a lo que aparece como un proceso caótico pero que, en el fondo, es un diagrama muy bien planificado de pasos graduales para destruir un modo de convivencia social y económica e implantar otro en su lugar, con dosis muy bien administradas de violencia física, simbólica y económica.
Las transformaciones que se buscan son profundamente regresivas, lo que las hace imposibles de aplicar sino no se está frente a algo similar a una catástrofe social o económica, muchas veces provocada por los mismos sectores sociales que buscan dichos cambios.
Lo valioso de lo postulado por este libro es que popularizó la idea, ya esbozada por otros autores, de que no es necesario llegar al extremo de un genocidio o un golpe de estado para realizar transformaciones traumáticas, aunque a veces así sucede, sino que basta con que haya un evento que sea percibido como catastrófico y desestabilizador para que se produzca la rajadura por la cual se cuelen estos intentos de reformulación regresiva que, en otros contextos, no gozarían de consenso ni de apoyo popular y generarían una resistencia activa que terminaría por abortar siquiera el intento.
Klein hacía una referencia a la aplicación de la primera generación de experimentos neoliberales no solo en contextos de autoritarismo extremo, como el Chile de Pinochet, sino también al papel que cumplió la Guerra de Malvinas en la administración de Margaret Thatcher o la del huracán Katrina en la de George Bush. Lo fundamental para el éxito de esta estrategia es la continuidad de la sensación que produce la catástrofe aún durante el experimento, cosa que remarcaba el mismo Milton Friedman, el prócer de esta primera oleada neoliberal, citado por la misma autora.
La cuestión central a dilucidar es si lo aquí descripto se aplica al experimento social actualmente en curso en la Argentina. Lo que está claro es el intento de transformar un país urbano, industrializado, organizado y con una población medianamente culta en un enclave petrolero y minero con preponderancia de actividades especulativas y con una población segmentada entre una minoría con plenos derechos económicos y sociales y una mayoría que viva en condiciones de subsistencia precaria sostenida en subsidios estatales, actividades informales y cuyas trayectorias vitales sean volátiles y sobre todo miserables. De Italia a Nigeria.
Para continuar con la analogía histórica habría que preguntarse por los eventos previos que llevaron a esta situación. Y en el contexto que se está analizando no se presentó un solo hecho sino dos.
En primer lugar, la pandemia que rompió varios de los vínculos sociales, por un lado, y por otro, posibilitó una ruptura del bloque popular cuya consecuencia fue la generación de una población objetivo desvinculada por completo de las representaciones políticas y económicas del conglomerado social mencionado.
En segundo lugar, la alta inflación, desencadenada en el último período de la administración anterior al calor del desmadre político y económico de la puja distributiva y de eventos externos como la sequía y el conflicto ruso ucraniano que disparó los precios de los bienes de subsistencia de la población. Esto agravó los tradicionales efectos desestabilizadores que produce el vertiginoso crecimiento de los precios, tal como lo prueban varios casos precedentes, algunos internacionales, como la hiperinflación alemana de 1923, o nacionales, como el rodrigazo o la hiperinflación previa al plan de Convertibilidad.
En el medio, una experiencia fallida de administración del bloque popular, como fue la que terminó en diciembre del 2023, que, cuando tenía una oportunidad histórica, no quiso o no pudo desmontar los mecanismos estructurales que amplifican esta sensación de desestabilización tales como la economía bimonetaria, el subdesarrollo financiero o la regresividad del sistema impositivo, herencias del anterior intento de reconversión violenta como fue la dictadura genocida.
Esta situación permitió que se pusieran en cuestión las instituciones e instrumentos estatales que se destinaron a contener y/o paliar la pobreza extrema, la desocupación, la destrucción productiva y la pérdida de derechos y mecanismos de participación, que la crisis de 2001 había dejado sobre las mayorías populares. Nobleza obliga, hay que decirlo, ninguna de las administraciones post crisis se abocaron tampoco a la tarea de desmontar esas rémoras estructurales heredadas del proceso genocida, lo que produjo más de un ramalazo durante este último cuarto de siglo. Al mismo tiempo, hay que preguntarse sino le faltó a los gobiernos representativos de los bloques populares que gobernaron durante la mayor parte del período cierta perspectiva crítica acerca de la regulación del desarrollo de las condiciones materiales de las actividades extractivas que actualmente está capitalizando la ultraderecha en el poder y que constituye la base económica de su proyecto político.
Por último, hay que preguntarse sobre la prevalencia en la actualidad de las situaciones económicas que reproduzcan la sensación permanente de miedo y angustia ante la inestabilidad presente o potencial. No competen a este documento otro tipo de situaciones que no se ignoran, tales como la avanzada autoritaria sobre las instituciones, los ataques virulentos a opositores políticos y sociales, la estigmatización y deshumanización de determinados segmentos de la población y profesiones, o la especialidad de la casa el uso de un lenguaje básico y despreciativo que, si bien contribuyen al clima de época citado, no son estrictamente económicos.
Retomando el hilo los hechos económicos que reproducen esta sensación de inseguridad y precariedad son:
- Una inflación reprimida basada en el angostamiento de los márgenes comerciales aprisionada por el aumento de insumos de uso difundido como las tarifas de gas y electricidad, por un lado y la caída permanente de la demanda solvente de las mayorías populares, por otro.
- La destrucción de capacidades productivas manufactureras y la penetración de importaciones, provenientes de todos lados del mundo, a tal punto que las compras externas alcanzaron el record histórico del 32 por ciento de la demanda global de la Argentina, al calor de una política de apertura en medio de una guerra comercial que reconoce pocos antecedentes desde la postguerra,
- Los vaivenes y la inestabilidad del tipo de cambio en una economía en progresiva dolarización fomentada por una relación peso/ dólar que es la más baja en términos históricos desde la implantación de las restricciones a la compra de divisas en enero del 2012.
- La supresión de las capacidades blandas del estado y especialmente de las obras públicas que hace que, por ejemplo, transitar las rutas nacionales sea una odisea.
- La promoción de una lógica especulativa de alto riesgo entre activos nominados en pesos y en dólares que degradan la moneda nacional al rol de mero vehículo transaccional entre las dos puntas de la divisa estadounidense, a la que se aspira a entronizar en forma legal como reserva de valor de la economía argentina.
Una propuesta política alternativa no es solo una exposición de ideas sino una expresión de sensaciones y propósitos. Por ello, no basta ni con cambiar de figuras ni con construir aparatos conceptuales racionales y consistentes, condiciones necesarias, por cierto. Sino que también deben transmitirse sensaciones de seguridad y tranquilidad de que las trayectorias vitales de la población serán respetadas, valoradas y protegidas todo lo se pueda en un capitalismo de por sí bastante inestable.
(*) Economista. Consultor independiente especialista en financiamiento subnacional.