Tiempo de cosecha

OPINIÓN

En la rotunda derrota que le asestó una mayoría aplastante del Senado, el presidente Javier Milei cosecha la generosa siembra de agravios, humillaciones, manoseos y disparates que desparramó indiscriminadamente sobre cualquiera que se negara a satisfacer las insaciables demandas de su egolatría.

El unánime frente conformado por todos los gobernadores para recuperar recursos que les corresponden a las provincias conectó con las propuestas de aumentar las jubilaciones, prorrogar la moratoria previsional, declarar la emergencia en Discapacidad y revertir el veto a la ayuda para Bahía Blanca. El “talibanismo” libertario diluyó las diferencias entre las tribus opositoras para confrontar al Presidente con el límite a sus desvaríos. Límite irreprochable desde el punto de vista institucional, conformado por representantes parlamentarios y ejecutivos provinciales tan elegidos por el voto popular como él.

Habrá vetos, eventualmente judicializaciones, anticipó Milei, que profetiza un triunfo de sus terminales en octubre tan arrasador que le permitirá neutralizar los obstáculos que le interpone el “nido de ratas” con el recambio legislativo de diciembre. Se verá, pero ni la más aplastante de las victorias le daría mayoría propia en el Congreso y la política, como su misma irrupción lo demuestra, es demasiado dinámica como para esperanzarse en cristalizaciones.

El Presidente no solo renunció a cualquier intento de recomponer el deteriorado tejido político nacional, sino que se empecinó en estimular aún más las divisiones en base a consignas de odio amplificadas por sus usinas virtuales hasta el infinito. Prácticamente no dejó a nadie fuera de su círculo de incondicionales sin ofender.

Esta estrategia de posicionamiento mostró ayer su costado suicida y tuvo una síntesis inmejorable en el duelo entre la ministra de Seguridad Patricia Bullrich y la vicepresidenta Victoria Villarruel.

Entre los destratos de Javier Milei se destacan los dedicados a su propia vicepresidenta, que lo acompaña desde sus inicios en la política.

Villarruel acompaña a Milei desde las elecciones porteñas que permitieron a ambos ingresar al Congreso. Bullrich sumó con el cargo de ministra de Seguridad libertaria otra pirueta a un historial de acrobacias que va de la insurgencia armada a la ejecución de represiones en nombre el poder. No es overa porque no le entra una mancha más: se trata de una conversa profesional.

La vicepresidenta, tan votada como Milei, ha sido objeto de denigraciones y ninguneos permanentes por parte del “javierismo” casi desde el momento mismo en que asumió. Milei la condena ahora como “traidora” por no haber podido impedir que las facciones opositoras, inducidas por su irracional estilo, se unieran ayer en contra de él. Cargo gravísimo en cualquier circunstancia, pero mucho más en un sistema libertario que solo admite relaciones de sometimiento.

La escalada había sido iniciada por Bullrich, quien con la sobreactuada lealtad de los conversos le exigió a la vicepresidenta que renegara de sus funciones institucionales. “Levántese, Sra. Vicepresidente. No denigre la institución que preside. No sea cómplice del kirchnerismo destructor. Al menos siga del lado del pueblo que la votó para cambiar este país. No convalide a la corporación política más abyecta de la historia”, le recriminó.

La respuesta de Villarruel fue inapelable. Recordó el pasado violento de su objetora y añadió: “Todos los argentinos saben de qué lado estoy en lo que a kirchnerismo se refiere porque los combatí siempre, mientras usted pululaba de partido en partido”. Es tan difícil determinar en qué consiste la traición de Villarruel, como fácil deducir a qué obedece la obsecuente fidelidad de Bullrich. Al revés de Roma, Milei sí paga traidores.

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