Puro desprecio

El descabezamiento de la mitad del Gabinete nacional en medio de una crisis económica que es hija de la incompetencia del Gobierno, más que del mercado tirano, el campo voraz o los formadores de precios que solo saben especular, según las paranoicas definiciones del populismo argentino, ha terminado de desnudar la debilidad política de un Presidente que carece de poder y de planes para sacar el país a flote.

La política suele ser cruel con sus representantes. Pero lo que concedió este jueves Alberto Fernández fue una auténtica humillación pública. A Silvina Batakis, que asumió el 4 de julio como ministra de Economía cuando nadie quería hacerlo, la despidió en su vuelo de regreso desde Washington, pocas horas después de haber sostenido su primer encuentro con la directora ejecutiva del FMI, Kristalina Georgieva, a quien le presentó su plan para sostener el programa fiscal sin alterar el acuerdo con el organismo.

Apenas Batakis aterrizó en Ezeiza pasó derecho a firmar su renuncia a la Casa Rosada. Allí intentaron explicarle la decisión de reemplazarla por Sergio Massa, quien en realidad concentrará todo el eje económico del Gobierno, no solo Hacienda, y como consuelo le pidieron que acepte ser la presidenta del Banco Nación. Y así lo hizo. Allí vino la otra cachetada denigrante: Eduardo Hecker se enteró de que lo habían echado del cargo en el mismo momento en que debía que presentar la Tarjeta Minera del BNA en un acto en Catamarca, junto al gobernador Raúl Jalil. Las miradas incómodas de las autoridades locales lo decían todo. A Hecker no le quedó más que improvisar un balance de despedida.

Otro tanto sucedió con Daniel Scioli, quien asumió al frente del Ministerio de Desarrollo Productivo tras la bochornosa salida de Matías Kulfas, quien se fue, como otros, por un disgusto de la jefa real del gobierno Cristina Kirchner. A diferencia de Kulfas, Scioli tiene dónde caer bien parado: regresará a la embajada argentina en Brasil, “donde lleva a cabo una excelente tarea”, expresó uno de esos comunicados de la Presidencia tan forzados con los elogios. Ayer el exgobernador bonaerense se mostró junto a Massa en una puesta en escena montada por el traspaso, y al final se retiró sin hablar. Las diferencias entre ambos son bien conocidas en el peronismo.

Tampoco pasó desapercibida la expulsión de Julián Domínguez del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca, quien se fue indignado y no quiso dar declaraciones formales. Había asumido en ese cargo luego de las PASO de 2021 en lugar de Luis Basterra, pero su larga trayectoria como funcionario nacional y de la Provincia era su principal respaldo, más aún que su cercanía con la Vicepresidenta. Hasta ahora no tiene ningún destino en el nuevo esquema del Gobierno.

El primero que se apuró en presentar su dimisión apenas se conoció el desembarco de Massa fue Gustavo Béliz, hombre de extrema confianza de Alberto Fernández, quien tenía a su cargo la Secretaría de Asuntos Estratégicos que se ocupa de las relaciones con los organismos internacionales y bilaterales de crédito. Allí asumirá Mercedes Marcó del Pont, quien dejará la titularidad de la AFIP en su segundo, Carlos Castagneto, a quien definen como un kirchnerista “duro” y más cercano a Alicia Kirchner que a Cristina. El perfil cierra.

De este modo, Massa manejará los ministerios de Economía, Desarrollo Productivo y Agricultura, Ganadería y Pesca, es decir, todo el brazo económico del Gobierno nacional. Habrá que ver la semana que viene cómo se cierra finalmente el nuevo organigrama y, sobre todo, las medidas que anunciará el flamante “superministro” para controlar la crisis.

Al margen de los detalles, la ola de despidos en el Gabinete nacional es la demostración más clara de que los “echados” no valían tanto como el discurso oficial pretendió vender. Un político que se precia de tener algún prestigio no permitiría ser basureado del modo más ignominioso como ocurrió con Batakis, Scioli, Domínguez y el propio Béliz. La dignidad es un valor no negociable. Ni siquiera el hecho de pertenecer a un “proyecto político” puede ser más importante que el decoro.

Es claro entonces que sin esa autoestima y orgullo personal no podrían haber estado al frente de ningún cargo público relevante. Porque eso es también menoscabar a los ciudadanos, a los que pone en situación de aceptar la ineptitud y la indignidad como algo natural en las autoridades.

Más aún, un gobierno que actúa con semejante desprecio por sus funcionarios no hace más que despreciarse a sí mismo. Es la degradación política en su máxima expresión.

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